
Se ve a una mujer que camina por la ciudad mirando hacia el horizonte, de pronto en ese andar, ve uno de sus brazos, los ojos lo recorren hasta la mano, ve unas cuerdas que están enredadas en ella, bajando la mirada por las cuerdas, se ve un collar a modo de cadena que sujeta un cuello, hacia el frente de la cadena se ve una cabecita con dos orejas suaves, color café – grisáceas, agitadas por el movimiento del andar de la encadenada. Se ve un hocico platinado por las canas, una nariz oscura y unos párpados con pestañas pequeñas. Hacia atrás del collar, se ve un cuerpo peludo color tronco, y una cola como de ardilla toda esponjada. Junto a esta realidad, se ve otra cabeza sujeta por el cuello con una cadena similar a la anterior, la cabeza tiene un par de orejas picudas, también suaves, de un negro aterciopelado, que son movidas a contentillo por su dueña (la otra encadenada)…
…Caminando así, este trío llega a la región de los árboles con ojos que no las pierden de vista, están muy fijos, callados, cada uno en su sitio, garbos y chuecos, agitando las ramas de manera tersa por las exhalaciones de los aires. Se ve que las tres son felices en esa burbuja de naturaleza llena de viento, llena del soplo de los dioses. Vagan aquellas un poco más, hasta llegar a una especie de asiento de piedra, y acomodan allí cada cual sus asentaderas…
…Luego, la mano de la mujer se levanta, acaricia a una de las que tiene junto. Toca su cara, sus ojos, su hocico. Hace lo mismo con la otra. Acerca su rostro al semblante de una de ellas, la observa detenidamente y la percibe por medio de su olfato. Absorben cada una los respiros de la otra. Están de frente, nariz con nariz, ambas se miran a los ojos, la mujer la toma del hocico y la besa con suavidad. En respuesta, obtiene un delicado lengüetazo. La mujer la abraza, le mueve la oreja, la toca con el dedo índice que recorre su carita, la sopla y le susurra al oído las palabras:
– Yo, te amo…
…En aquel asiento, de aquel lugar, con esos árboles que las miraban y las escuchaban sin decir palabra, con esas existencias milenarias, venidas del viento, es donde la mujer se da cuenta, de que todo inicia.
Fragmento tomado del «Diario de la Mariposa»
Luciérnaga, te amo y siempre te amaré. ©
lindo y tierno…aunque ya lo había leído.