Escogí un día de la semana para ser quien realmente soy: Una artista. Una exploradora de la imaginación que me conforma, a través de las imágenes y de las palabras que acomodo a mi gusto, para lograr mis propias invenciones. Soy una artista aunque a veces no me la crea, aunque a veces me sienta envuelta en la negra y húmeda mortaja de lo cotidiano. Por ello, para huir de la maldita mortaja, escogí un día, uno sólo de siete, pero fragmentado en ese número de días.En ese día: sueño. En ese día nada es prohibido: no el amor, no los besos, no la piedra filosofal, no el sexo, no el crimen, no las caricias, no la traición, no lo ingrávido, no los secretos, no la verdad, no el asesinato, no la vida, no la magia, no la mentira y tampoco la transformación que clamo de humana a loba, de loba a ave, y de ave a loba nuevamente…
El día que contiene 24 horas, lo divido cada noche, y cada noche por unas horas, vivo mi día, el día en el que soy quien soy; en el que me convierto en tu amante o en tu verdugo, en una bruja o en un fantasma… Soy un vampiro, soy un ángel de las jerarquías celestiales más importantes, soy una flor de Loto, un Buda y un duende… Soy un hada y una ninfa y también soy un sátiro del bosque llamado Consciencia… Puedo ser todo lo que he vivido y lo que no. Soy todo lo prohibido, soy un veneno, soy la muerte misma, la tumba y el lino, el buitre y los gusanos… y luego, soy un renacer. Me reinvento ante mí y ante los ojos de los otros aunque me odien, me ignoren, me admiren, me amen o renieguen de mí. Incluso si me maldicen o si no, esas 24 horas en las que busco a mi ser y que reparto durante cada noche, soy yo, soy una Artista, así, con A mayúscula; lo mismo que soy Maya, que soy Ilusión, soy nada y a la vez, lo soy todo en un bosque de mandarinas…